La iglesia parroquial de San Marcos ha sufrido profundas transformaciones en los últimos cien años de tal suerte que aquel templo que vive en nuestra memoria infantil, no tiene nada que ver con el edificio actual. Me imagino que para nuestros padres ocurrió lo mismo, pues en una foto antigua del templo, de allá por los años treinta, puede verse que todavía no existía la característica torre con dos orejas del campanario ni el domo de la parte posterior del templo, fungiendo como campanario en ese entonces una pequeña torre con un techo de tejas situada a la izquierda de la entrada principal.
El recuerdo más antiguo que tengo de la iglesia es de cuando el altar mayor era de madera y las paredes interiores alrededor de toda la iglesia contenían los famosos frescos del pintor Rodolfo Marenco con la representación de las catorce estaciones del viacrucis.
Para ese entonces, las pinturas de Marenco se hicieron famosas en Nicaragua, pues se comentaba que en cada uno de los cuadros del viacrucis, en los rostros de los personajes que participaban en la Pasión de Cristo, había plasmado a ciudadanos de San Marcos y un soldado romano que tenía agarrado del brazo a Jesús, tenía el rostro de Anastasio Somoza García.
Este detalle del viacrucis de la iglesia de San Marcos llegó a tener en esa época el atractivo que hoy tiene el célebre cuadro de la iglesia de San Rafael del Norte, así que muchos turistas llegaban para conocer los comentados frescos.
Generalmente las intervenciones que se han realizado en el templo han sido para mejorar o ampliar su estructura u ornamento y esto ocurrió, según recuerdo a mediados de los años cincuenta cuando gracias al tenaz trabajo de un comité encabezado por las Señoras Lolita Robleto de Martínez y Elia de Marín, se renovó el altar mayor y se instaló uno de mármol, dándole una gran elegancia a esa parte del templo. Los pilares principales que resguardaban al altar mayor y la parte posterior al mismo fueron pintados por el pintor austriaco Juan Fush, quien también pintara el fresco de la iglesia de San Rafael del Norte. Quedó solamente como recuerdo el púlpito de madera en donde el sacerdote pronunciaba sus sermones, antes de llamarse homilías, que demandaron que el oficiante las pronuncia al nivel de los fieles, apoyado con la tecnología de micrófono y parlantes.
Un poco después de haber arrancado la década de los sesenta, observamos que en la iglesia comenzaron trabajos mayores de albañilería que reformaron totalmente las paredes interiores del templo, abriendo ciertos nichos para albergar imágenes de santos y de paso se llevaron en el alma a los frescos de Marenco, pues las paredes fueron repelladas y de paso se pintó totalmente el interior del edificio borrando cualquier vestigio de aquella muestra del arte popular. Si mal no recuerdo, el Padre Etanislao García era el párroco en ese entonces y aparentemente tomó la decisión en la soledad de su oficina, pues no se realizó ninguna consulta entre la feligresía sobre la suerte que iban a tener los frescos de Marenco. La nueva pintura del interior del templo estaba en total discordancia con el altar de mármol y un aficionado pintó una imagen de San Marcos y otra de la Santísima Trinidad que dejaban mucho que desear, pues hasta el león del evangelista parecía una criatura alienígena.
Años más tarde, siendo el encargado de la parroquia el Padre Pedro Pelletier, de repente sin realizar ninguna consulta al respecto, se dejó embaucar por un vendedor de campanas y de la noche a la mañana, las recordadas campanas de San Marcos, de un sonido claro, diáfano, cristalino y de potencia tal que se escuchaban hasta en La Concha, fueron sustituidas por unas nuevas cuyo sonido parecía que estaban golpeando unas porras.
En los últimos años, la iglesia ha vuelto a presentar cambios drásticos. Primero se rodeó el edificio con una cerca que si bien es cierto protege al templo de incursiones de vándalos y amigos de lo ajeno, le dan la impresión de alejamiento de la población. Posteriormente se abrieron dos alas adicionales a la altura en donde estaba la capilla de la Virgen de Fátima. Según la opinión de unos amigos arquitectos, esta intervención pone en extremo peligro la estructura del inmueble, especialmente a la hora de un sismo. Ignoro si Monseñor Campos, actual párroco de San Marcos, realizó una consulta al respecto, sin embargo, considero que debieron realizarse estudios profundos sobre el impacto de la intervención sobre la estructura del inmueble, así como en su conjunto arquitectónico, antes de embarcarse en esa empresa.
A nivel mundial, los templos así como otros edificios históricos, monumentos, obras artísticas entre otros, se consideran patrimonio cultural de la comunidad y si bien es cierto, en el caso de los templos los párrocos desempeñan una importante labor pastoral, la protección y defensa de esos inmuebles, trasciende dicha labor y por eso se han conformado patronatos de amplia participación que tienen la misión de proteger y restaurar dichos sitios.
A pesar de que existen técnicas modernas para recuperar pinturas que por algún motivo hubiesen sido cubiertas por otras capas de pintura, como el caso de la restauración de los frescos del maestro Peñalba en la Basílica de Diriamba, es lamentable que los frescos de Marenco sean imposibles de recuperar, debido a que gran parte de la pared en donde estaban fue removida para hacer los nichos que rodean el interior del templo. Así que aquella particular muestra de expresión artística quedará como un difuso recuerdo de aquellos que tuvimos la suerte de conocerla.